Litang, se encuentra en un inmenso valle, rodeado de montañas por doquier. De modo que, nada mas salir de la “Peace Guest House”, tocó subir un puerto de 4.300m. Lo que mas llamaba la atención de este valle, a pesar de su grandiosidad, era la tonalidad azul del cielo, que junto con el verde-amarillento del pasto creaban un contraste sin igual.
Tras bajar un rato y desesperarnos con el tráfico que había, ya que era la carretera principal, que comunica Chengdu con Lhasa, tomamos la desviación que nos llevaba a hacia Xinlong, siguiente destino donde dormir, pero que estaba a 2 días.
Nada mas desviarnos, un valle increíble nos dejó perplejos. Unos montículos cubiertos por un manto verde, decorado con pequeñas flores azuladas, junto con las colinas verdes y los rayos de luz que se colaban entre las nubes, impactaron en nuestras retinas. Tal era aquella maravillosa estampa, que nos quedamos media hora contemplando semejante espectáculo de luces, colores y sombras.
Nos pusimos en marcha, muy a nuestro pesar, pues el entorno era como para retirarse allí a escribir poesía. Tuvimos que hacer un alto para cobijarnos en un talud, de una lluvia pasajera. En cuanto despejó continuamos a orillas de un río que discurría por aquel valle. Numerosas marmotas tibetanas correteaban por el pasto a refugiarse en sus madrigueras tras nuestro paso.
En las extensas llanuras los Yak pastaban a sus anchas y sus ganaderos nos saludaban desde sus tiendas. En una parte del camino, unos cuantos tibetanos estaban reunidos junto a la carretera. Las ganas que tenían de vernos detenidamente hizo que parásemos para, a la vez que toqueteaban todo, sacarles unas fotos.
En esta zona les encantaba posar para nosotros. Ya no es que les dijéramos nosotros para sacarles fotos, sino que ellos eran los que nos solicitaban que les fotografiáramos.
En esta parada pudimos contemplar a una auténtica pareja, un padre con su hija, que hizo las delicias de la cámara de Nico.
Numerosos críos, hijos de los ganaderos tibetanos, salían a nuestro encuentro tras nuestro paso por las cercanías de sus tiendas.
Después de la lluvia, las tonalidades de verdes y amarillos en contraste con el azul del cielo, hacían que no sintieras el cansancio del pedaleo, pues estabas constantemente aturdido por semejante belleza.
Tomarse unos cacahuetes en este valle, sobre las piedras de un puente que cruza uno de los innumerables ríos y riachuelos de este plató y azotado por los calurosos rayos de sol en estas alturas, no saben igual que en casa.
Nos cruzamos con el “Llanero Solitario” tibetano, quien al igual que el resto, nos pidió que le tomáramos una foto. Madre mía, como le gustaba posar a este hombre. Era el Jorge Clooney del Tibet, que insistía en sacarse una con la bici!.
Nuevamente una dura subida a 4.300m nos dejó unas increíbles vistas de lo que nos deparaba todavía la jornada. Desde lo alto se veía que, de nuevo en la bajada pasaríamos a otro paisaje. Del pasto ocre y de colinas redondeadas, a un valle alpino otoñal, surcado por un pequeño cañón horadado por el río.
Con los últimos rayos del sol comenzamos a bajar por una pista en bastante mal estado. El frío del atardecer empezaba a hacer presencia con lo que hubo que abrigarse para afrontar la bajada, sin saber dónde tocaría dormir esta noche.
Con bastante frío debido a las sombra que caracterizaba a aquel estrecho valle, entramos en una carretera en mejor estado. Comenzamos a ver rebaños de Yaks, con lo que intuimos que habría o algún pueblo o las típicas tiendas donde poder pedir cobijo y comida.
De pronto un pequeño pueblo, perdido en mitad de aquel valle, se apareció ante nosotros.
Nico, conversó con algunos y todos coincidían que el siguiente pueblo donde poder encontrar alojamiento, se encontraba a 30Km. Uno de ellos nos ofreció cobijo en su casa. Entre que era ya bastante tarde y nos apetecía un montón tener una experiencia con alguna familia tibetana, accedimos gustosamente.
La casa era increíblemente enorme. La parte de abajo, donde dejamos las bicis era la cuadra. Por cierto al día siguiente las bicis estaban de mierda de Yak hasta arriba. Por unas escaleras de madera accedías a la casa, directamente a lo que nosotros llamaríamos salón. Pero allí todo estaba en uno. Era salón, cocina y dormitorio del niño.
Arriba del todo, donde se accedía por un tronco vertical con hendiduras a modo de peldaños, estaba el “baño”, un agujero en el suelo de madera, que daba directamente a la calle. No paséis jamás por la parte trasera de una casa tibetana!!
Nos sirvieron un poco de te con leche de Yak y manteca, que sabe a rayos y nos prepararon unos Momos de Yak, que supieron increíbles. Tras cenar y conversar un poco con ellos (Nico porque yo no entiendo nada), nos llevaron al otro cuarto. Este estaba decorado con colores rojizos súper llamativos. Es el cuarto donde dormía el matrimonio y el otro hijo adolescente. También era el lugar de rezo, donde tenían diferentes historias y donde realizaban sus pertinentes postraciones. Nos pusieron unas mantas en el suelo y otras 2 de oveja u otro animal encima y a dormir.
Increíble lo bien que se durmió allí. Pensaba que igual íbamos a pasar frío, pero nada de eso, un calor increíblemente gustoso.
lunes, 25 de octubre de 2010
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